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domingo, 15 de noviembre de 2015

Conseguir la serenidad ante una enfermedad o crisis


El hecho de tener salud no consiste, como erróneamente se suele considerar, en tener un cuerpo inalterable y exento de anormalidad, sino en poseer aquel estado corporal susceptible de vivir amoldándose a cualquier tipo de circunstancia, incluso a la de la anormalidad, aquel estado flexible y mutable propio del movimiento natural de la vida. El cuerpo sano es aquel que por la capacidad de adaptación al cambio puede mantener la estabilidad
Haruchica NOGUCHI


Al pasar por diferentes enfermedades con riesgo muerte me he dado cuenta que la mente comienza a fantasear e imaginar situaciones donde uno se ve cadáver, sin vida. Es el momento en que uno mira el pasado viendo lo que deja tras de sí. Aquí es donde aparece el resentimiento y la culpa por haber actuado de manera errónea y movido por el orgullo personal. También por haber dejado pasar oportunidades donde crear y fomentar relaciones más justas y equitativas. Es cuando uno se enfrenta a su propia personalidad y/o personalidades y encuentra las motivaciones que le llevaron a realizar determinadas conductas. Pero no hay marcha atrás, todo está hecho, se trata de asumir quienes fuimos en el pasado y aprender de esa experiencia. Pero si entendemos a fondo lo que hicimos con nuestra vida, tenemos en nuestras manos la capacidad de hacer algo nuevo con ella que nos haga sentir satisfechos en nuestro interior. Entiendo que la vida trata de eso, de encontrar en nuestros pensamientos, palabras y conductas un motivo para encontrarnos satisfechos, serenos y tranquilos por cuanto hemos aprendido de nosotros mismos y lo hemos podido realizar.

También aparece el miedo a lo desconocido tras el umbral, y miedo a perder la consciencia de quien uno ha sido hasta ahora. Y nos vemos llegando al final de nuestros días sin llegar a conocer la expresión más genuina de uno mismo, sino encontrando personalidades que hemos superpuesto como compensación a ese desconocimiento de quien uno es. Son los miedos existenciales que la mayoría de personas sienten, incluso aquellas personas religiosas que imaginan un encuentro con su dios o deidad. Sin darse cuenta que lo que imaginan o creen lo pusieron ellos primero en su propia mente y aceptaron orientarse por ello, sin ver que eso fue desplazar la propia responsabilidad por lo que son a una creencia que justifique sus propias vidas. 

De lo que estamos tratando es lo que cada uno ha construido dentro de su mente con sus propios pensamientos, ideas y creencias, y de entender cuál está siendo su respuesta ante el riesgo de la pérdida de su vida, o de una crisis existencial.

La propuesta con este post es ver, darnos cuenta y entender que en la manera que experimentamos la enfermedad es la manera en que hemos construido nuestra realidad. Que en muchas ocasiones no coincide con la realidad objetiva de las cosas que suceden. Sino del valor e interpretación que le hemos dado. Haciéndonos un mundo a nuestra medida, que despues entra en conflicto cuando nos encontramos en situaciones de supervivencia, a menos que evitemos autoengañarnos.

Para ello hay que mirar más a fondo y revisar lo que hemos hecho de la vida con nuestra mente. Qué cosas hemos añadido de nuestra  familia, cultura, educación, conocimiento e imaginación, que le llevan a uno a vivir con ansiedad las situaciones de riesgo de muerte, o crisis existencial. En mi propia experiencia, después de pasar por diferentes sistemas de creencias, desde las filosofías orientales al cristianismo, lo que he encontrado dentro de mi es que todas esas creencias las utilice para reducir esa ansiedad ante lo desconocido, y como supervivencia de mi mente, para guardar la idea de que yo seguiría siendo el mismo después de la muerte, aunque en una versión mejorada en el más allá, jeje. Quiero decir que en lugar de ver la existencia como un proceso natural de nacimiento, desarrollo y muerte, donde uno interviene poniendo su propia identidad genuina, le añadí unas ideas y creencias que me impedía afrontar las crisis, la enfermedad y mi propia muerte como un proceso natural de la vida. En ello estoy.

Pero ¿por qué ese miedo a tener una enfermedad grave y sentirnos frente a la muerte? Además de la cuestión cultural, diría ancestral proveniente de los rituales de traspaso al otro lado, en el fondo nos enfrentamos con lo que hemos hecho con nuestra vida. Con lo que nos has guiado: el consumo, el dinero, la fama, el reconocimiento. Con el tipo de valores hemos puesto en: la familia, los amigos, la ideología, la religión, la diversión. Con el grado de conocimiento que tenemos de nosotros mismos, y cómo nos hemos experimentado: valoración positiva/negativa, inferioridad/superioridad, bueno/malo, exito/fracaso, competencia/frustración, ilusión/desilusión. Esto nos lleva al punto de investigar en quien hemos sido en nuestra existencia, por lo tanto a mirar nuestra vida en total honestidad propia.

Entiendo que muchos no quieran hacer esa investigación sobre uno mismo pues es muy posible que en la mayoría de personas sintamos resistencia por el dolor que pueda producir conocer quiénes fuimos y lo que hicimos. Pero eso es una valoración moral, que nos hace sentir sin fuerzas, nos debilita pues pensamos que esa introspección nos puede llevar a tener que realizar un cambio que quizá no estamos dispuestos a realizar. Pensando que mejor seguir con nuestros conflictos, y seguir utilizando nuestras compensaciones que nos distraigan. E lugar de realizar el esfuerzo para sentirnos satisfechos, serenos y tranquilos con nuestra propia vida. Así los humanos, preferimos sacrificar nuestra realización genuina y seguir como siempre, y con el mundo de siempre..... De lo que se trata es de simplemente asumir y tomar responsabilidad de lo que hemos hecho con nuestra vida según nuestro grado de entendimiento, lo cual podemos cambiar con la educación en honestidad propia. En el fondo se trata de empoderarnos y de sabernos directores de nuestro propio destino y no marionetas de un mundo imaginario en nuestra mente. No cabe duda que eso requiere de audacia y valor pues la sociedad nos ayuda muy poco en este reto. Pero entiendo que es lo que nos toca como seres: decidir, desde el conocimiento más profundo, quien queremos ser y como queremos expresarnos.

El hombre puede morir muy sosegadamente, en paz consigo mismo y con la vida. La vida está hecha para morir, por lo tanto la muerte es tan natural como la vida. Si no enseñamos esta naturaleza de la muerte, si no llegamos a mostrarla como realmente es, incluyéndola en la naturalidad del vivir caeremos en limitarnos a pedir a la psique entereza ante ese trance; parecerá entonces que queremos preservarla de alguna cosa rara y dolorosa, en vez de dejar que en su libre fluir la psique acepte con la misma naturalidad la vida que la muerte.
Haruchica NOGUCHI




lunes, 2 de noviembre de 2015

El malestar en la enfermedad


Una de las primeras situaciones que me encontré cuando aparecieron los síntomas de la insuficiencia cardiaca (IC) fue un cierto grado de ansiedad, de lo que no fui consciente hasta días después. Ocurrió después de sentir que mi cuerpo se cansaba mucho más de lo normal y el no saber la gravedad, y que función estaba fallando, la incertidumbre sobre lo que me podría pasar me hacía sentir mal, como el que espera la noticia que no le gustaría a uno recibir. De hecho algunos síntomas me recordaban lo que me ocurrió hacía 20 años cuando se declaró por primera vez la IC. En aquella ocasión fue más grave pues me llevó a estar ingresado en la UVI durante una semana. Y el pronóstico era que si remontaba, quizá tendrían que hacerme un trasplante de corazón. En esta segunda ocasión, como en la primera,  al principio los médicos tampoco veían los síntomas como alarmantes y me daban largas recomendándome que esperara las visitas periódicas que tenía concertadas con mi cardiólogo. Pero yo me sentía débil y cansado, mi cabeza la sentía flotando con una sensación de mareo. Necesitaba conocer cómo se encontraba realmente mi corazón. No fue fácil conseguirlo, hasta tres veces tuve que asistir a Urgencias médicas. Parecía como si “necesitará” que el médico pusiera un diagnóstico y me indicará la gravedad, una etiqueta donde posicionarme y definirme desde ese punto de vista. Y como no, ver en ello mi expectativa y calidad de vida.  Yo notaba que la situación podría ser grave, y así viví el proceso hasta la verificación del diagnóstico. Hasta que no descubrieron la situación real, los médicos me preguntaban en la sala de urgencias ¿qué hacia allí si ya estaba siendo controlado por mi cardiólogo? ¿Por qué no esperas a que te visite tu médico? Me hicieron dudar sobre si era prudente estar allí a pesar de los síntomas: mareos continuos, dificultad respiratoria, cansancio excesivo ante poca actividad, edema, dolor en boca de estómago, etc. Hasta que en la tercera  visita, dudando, le pregunté al médico de guardia si con los síntomas que sentía era conveniente consultar allí en Urgencias. Me dijo que sí, que estuviera tranquilo, y me indicó que llamaría  al cardiólogo de urgencias para que me realizara una visita. Finalmente con el ecocardiograma portátil confirmó el empeoramiento de la insuficiencia cardiaca. Ya tenía un dato “científico”. Hasta entonces las analíticas, ECG y la RX, que me hicieron en anteriores visitas parecía que no habían sido suficientes para ver ese empeoramiento.

El punto que quiero ver en este relato es intentar descubrir qué ponemos de nosotros mismos cuando un médico nos da un diagnóstico - también lo podríamos aplicar a cualquier trance en la vida, una separación, un accidente, un despido laboral, una pérdida económica, etc.  Es decir cómo es que experimentamos esas situaciones añadiendo más de lo que hay. Sabemos que cada uno reacciona de manera diferente ante un diagnóstico de gravedad. Esa diferencia individual es la que uno debe mirar para no hacer de la situación un tiempo de culpabilidad/victimismo, sino un tiempo para descubrir recursos que hasta ahora no había necesitado, y de este modo desarrollar habilidades que no había imaginado. La primera reacción ante la noticia es el punto de partida de cómo somos y como nos vamos a sentir a lo largo de la enfermedad. Pues aquí salen nuestros miedos más profundos y el sentido que le hemos dado a la vida. Esas situaciones son las que nos pueden llevar a relativizar muchas de las cosas que hacemos y valorar otras que no habíamos considerado.

Una propuesta es hacernos preguntas para ver donde estamos: ¿Cómo respondo en esas situaciones? Aparecen miedos, culpabilidad, ¿me siento víctima de mi conducta o del destino?, o ¿de una fuerza superior?, ¿quizá dios quiere que pase por esto? O por el contrario ¿son las consecuencias del tipo de vida que he llevado?, o ¿ las consecuencias de mi ADN?, o ¿cómo he gestionado mis emociones, o como he utilizado mis pensamientos y palabras?, cómo han sido mis relaciones. Es decir puedo tomar responsabilidad por lo que me he hecho a mí mismo, asumiendo mi genética, mi psique, mis palabras y  conducta, y entonces tener la capacidad de decidir en como quiero vivir dentro de mi esa situación. Por lo tanto me pregunto ¿Qué he añadido de mi personalidad en esta situación? Una vez respondido puedo ver si mi carácter está más alineado a la victimización/culpabilidad o a la responsabilidad/empoderamiento. O añadir más sufrimiento dentro de mí y a otros, o vivir en serenidad conmigo mismo y comprender quienes son los otros. También uno puede preguntarse ¿En qué me convierto cuando estoy enfermo? ¿Aparecen todas mis debilidades y me vuelvo irascible con los demás proyectando mi propia rabia? O bien ¿soy capaz de ver la situación como un espejo donde surgen mis personalidades más manipuladoras, y al verlo entiendo que no son los demás sino uno mismo quien no se vio hasta ahora con tanta claridad?

Antes de continuar quiero ver la definición que aparece en el diccionario de dos palabras: dolor y sufrimiento.

Dolor: sensación molesta y desagradable que se siente en una parte del cuerpo a causa de una herida o una enfermedad.

Sufrimiento: Paciencia con que se sufre o se soporta una desgracia. Entonces veremos aquí el dolor como un aspecto físico, y el sufrimiento como un aspecto de nuestra mente, de nuestras reglas y juicios, nuestra moral que dicen algunos.

El dolor es una reacción física, el sufrimiento una reacción mental. ¿Qué significa esto?, que el dolor se puede controlar con fármacos, en cambio el sufrimiento depende exclusivamente de cada uno. Y a esta conclusión que hemos llegado aquí, es la que muchos sabemos y pocos estamos dispuestos a responsabilizarnos. Sin darnos cuenta que lo que añadimos al dolor, con nuestro sufrimiento, perjudicamos también a nuestro organismo, por no decir a quien está a nuestro alrededor.


¿Entonces cómo manejar la ansiedad o el malestar ante una enfermedad? Sencillo, poniendo remedio cuando existe dolor y entendiendo que el malestar tiene su origen en lo que ha hecho cada uno con su mente a lo largo de su vida. Como valoró los eventos y su propia vida, también la vida de los demás. Es decir que creencias ha aceptado, en que ideas se ha alineado, en que pensamientos ha participado, que emociones ha permitido desarrollar dentro de sí. En definitiva es una oportunidad para ver en que se ha convertido uno con su propia mente. Por sencillo, no significa que sea fácil de realizar. Pero si no entendemos y cambiamos lo que pusimos dentro, no podremos dirigir, ni controlar los eventos que aparecen en nuestras vidas, en este caso la enfermedad.

Una propuesta de cómo solucionarlo primero es darse cuenta que uno puede parar el sufrimiento de su propia personalidad. Otra es darse cuenta que pensar en las consecuencias futuras de un diagnóstico no es práctico, pues el cuerpo tiene recursos que no imaginamos, y nadie sabe ni el día ni la hora de su propia muerte. Por lo tanto algo que no puedes controlar para que ocuparse, en todo caso que nos coja asumiendo nuestra vida y ordenarla de la mejor manera. Ello nos proporcionará serenidad, y desde la serenidad ver que podemos hacer de cada momento un aprendizaje y una maestría.






domingo, 25 de octubre de 2015

Presentación


Hay diferentes situaciones en la vida del individuo que son especialmente apropiadas para lograr una nueva perspectiva sobre la propia existencia. Es cuando el contenido de lo que experimentamos adquiere una mayor relevancia y las relaciones se aprecian con mayor proximidad. Eso es lo que en los últimos meses estoy atravesando y lo que no me quiero perder mirar con detenimiento. Me explico...

Hace unos meses sufrí una recaída de una insuficiencia cardíaca que me llevó a un estado de agotamiento físico y mental importantes, hasta el punto de reducir mi actividad cotidiana a mínimos. Si tuviera que ponerle números, por debajo de un 30%, lo que supone mantener el organismo bajo mínimos en sus funciones vitales y con la aparición de diferentes síntomas: edema, dificultad respiratoria, digestiva, mareos, etc., y una reducción considerable de la actividad psíquica, con poca tolerancia a la atención y lectura. Incluso con una ligera pérdida de memoria. Esta situación provocó en sus inicios tres visitas a los servicios de Urgencias. Una vez pasados estos meses estoy más o menos estable, a la espera de un implante desfibrilador cardíaco (DAI).

Todo ello me llevó, y todavía en cierto grado, a prácticamente no moverme del sofá durante el día y eliminar todo tipo de actividad, no solo la laboral, sino los compromisos personales, sociales y políticos en los que participaba. Me vi quieto y “viendo pasar la vida”. Tuve ocasión de contemplar que los acontecimientos sucedían sin mi participación, los acontecimientos se sucedían sin yo intervenir, y dándome cuenta que nadie es imprescindible para que todo siga como hasta ahora. Proporcionándome una cura de humildad a mi ego al ver que no podía dejar mi huella en los acontecimientos cotidianos, muchas veces para adquirir una parcela de poder y autoimportancia. Ya lo decía Miguel Delibes:

Al palpar la cercanía de la muerte, vuelves los ojos a tu interior y no encuentras más que banalidad, porque los vivos, comparados con los muertos, resultamos insoportablemente banales.

Aunque lo sepamos, pocas veces tenemos ocasión de verlo con esa contundencia. De hecho, como individuo de mediana edad, me sentía como aquellas personas muy mayores que aparecen en los bancos de los parques y que han dejado de actuar, para solo estar presentes con su mirada y compañía. Así lo experimenté. Ni que decir tiene que vi mi vida en riesgo, ante las sensaciones físicas que percibía, y claro pensé en la muerte.

¿Por qué “Procesos de Vida, Procesos de Muerte”? , precisamente porque me doy cuenta que en mi situación están presentes los dos procesos. Y lo más interesante que estoy descubriendo es que ambos son compatibles para vivir el día a día de una manera saludable psíquicamente, con mayor entereza, fuerza y situándome delante de los acontecimiento con mayor integridad. (Tendré ocasión de expandirme en este blog para ver como llegué hasta aquí). Además me he dado cuenta que cada uno de los procesos, hacia la vida o hacía la muerte, no es tan distinto de lo que cada uno está experimentando en su propia existencia, si la miras un poco más profundo.

Así mi “Proceso de Vida”, en esta situación de enfermedad, me está sirviendo para realizar los cambios necesarios para estar más satisfecho de mí mismo, para seguir desarrollándome y continuar expandiéndome como individuo, viendo muchas cosas con mayor claridad. Mi “Proceso de Muerte” para tener en cuenta lo imprevisible de mi propia muerte, como la de todos, ver “cómo me encuentro” frente a la muerte si tuviera que afrontarla en un futuro, como todos, y ver si la vida que tengo a mi disposición en cada instante y en mis relaciones estoy dando mi mejor versión.  Y al mismo tiempo ver que también hay algo que muere y algo que renace en mi manera de “ser y estar en este mundo”. Quiero decir que la vida y la muerte de alguna manera la podemos encontrar en cada instante: al inspirar y espirar, cuando iniciamos y acabamos una labor, cuando nos separamos de alguien, cuando nos levantamos o acostamos, etc.

Y lo que he encontrado, y que en definitiva me ha empujado para compartir este blog, es que en medio de estas situaciones complicadas tenemos en nuestras manos dos opciones:  o sentirnos “débiles”, hacernos menos de lo que somos, “inferiores”, como si fuéramos victimas del destino; o  bien tomar “control” y “empoderarnos”. Encontrar en nuestro interior los recursos y habilidades necesarias para sacar la mejor versión de uno mismo. Pero para ello no voy a proponer un curso de autoayuda en situaciones de urgencia médica, ja, ja,  sino que trataré de compartir aquello que voy descubriendo y realizando a lo largo de mi particular proceso, con la idea y demostración de que es posible caminar la vida y la muerte con la máxima integridad y empoderamiento que uno es capaz de realizar, sin que la complejidad de lo que uno viva le amedrente.


Por último, antes de acabar esta presentación no deja de llamarme la atención de cómo somos los humanos: no hay nada como el nacimiento y la muerte para ver que los seres humanos somos iguales, lo que sucede en medio es cosa nuestra. Veremos entonces como los sucesos podemos manejarlos aplicando el sentido común y la honestidad.







 
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